En las guerras de precios, el pretexto es la conveniencia del cliente, nunca se admitirá otra intención. Amazon Web Services (AWS) presume de haber bajado sus precios 42 veces en ocho años, pero la corriente se cortó cuando Microsoft sacó pecho para prometer que su servicio Azure igualaría en toda circunstancia las bajadas que aplicara su rival. El reto surtió efecto durante un tiempo, pero la semana pasada, Google anuncio un drástico recorte de tarifas, desencadenando la reacción en cadena, cuyo final no se atisba.
Hay cálculos de todo tipo para informar cuánto ha rebajado cada uno su lista de precios para distintos servicios (computación, almacenamiento, analytics, máquinas virtuales), capacidades, geografías y compromisos de calidad. No sabría explorar ese galimatías ni es mi propósito. Para mis fines, la estadística básica la aporta Forrester Research: el mercado cloud – sin entrar en su segmentación – representará un gasto de 40.000 millones de dólares en 2020, equivalentes al 15% del negocio global de sistemas de información.
Según la misma consultora, una tercera parte de los usuarios de Internet hacen clic cada día en un sitio alojado en servidores de AWS. Qué decir del peso que tiene Google en la navegación cotidiana. Por otra parte, Forrester estima que los clientes de estos servicios, esencialmente desarrolladores y operadores de sitios web, declaran sus preferencias en este orden: AWS 42%, Azure 33%, Google Engine 28%.
Modestamente, lo veo así: si los precios pueden reducirse de un día para otro un 38%, 67% o un 85%, como se anuncia, en alguna parte estará el truco. ¿Cuál era la rentabilidad de un servicio cloud el 31 de marzo? ¿Cuál es hoy, 2 de abril? No tengo ni idea.
Qusiera subrayar la falacia interna del argumento – un clásico del marketing – que asimila los precios de los servicios cloud [un coste para el cliente] a las reglas que aplican las utilities. Según ese discurso, contratar uno de estos servicios en la nube sería tan fácil y conveniente como encender la luz (o abrir el grifo, tanto da). Está bien para la propaganda, pero no es así.
Olvidan (?) que una característica de los precios de la electricidad – mercado regulado por excelencia – es su predictibilidad [sólo a un ministro inane se le ha podido ocurrir una impracticable variabilidad extrema del precio de la luz, para salir del «déficit de tarifa», excusen la digresión]. Que los precios de la infraestructura entregada como servicio bajen cada vez que un proveedor quiera fastidiar a otro, puede resultar grato para los clientes, pero responde a otra lógica económica: preparar las condiciones para la instauración de un oligopolio en manos de un grupo restringido de proveedores, cuya economía de escala les permite controlar sus costes, e incluso subsidiarlos (como obviamente hacen Amazon y Google).
Amazon y Google no esconden que el propósito de su oferta en la nube es penetrar en el mercado empresarial, allí donde son fuertes nombres tradicionales como IBM y HP, por citar sólo dos. Oracle a su peculiar manera, VMware y recientemente Cisco, no quieren quedarse al margen de la mesa.
Si Amazon y Google, que no tienen por qué rendir cuentas de cómo le va en este negocio, porque viven de otro, consiguieran establecerse como proveedores dominantes de cloud pública, tendrán menos distancia para ganar contratos de nubes privadas y/o híbridas, normalmente ganados por esos rivales. Y ya han ganado algunos importantes.
Una de las consecuencias probables de esta fase de la guerra es que va a afectar la supervivencia de los proveedores menores de cloud, que han prosperado con sus ofertas «de nicho», orientadas a la especialización o el suministro a terceros bajo marca blanca. Su escala no les permitiría resistir a las potencias. Sería un motivo para reflexionar sobre las estrategias de la industria de las TI, pero no es el momento ni el espacio es suficiente.